lunes, 1 de diciembre de 2014

Cinco naves ibicencas para ´Mediohombre´

Un jabeque correo español (en primer plano) abre fuego desde babor ante dos galeotas argelinas. 

Blas de Lezo, de quien se acaba de erigir en Madrid una estatua de bronce en homenaje a su valor, no perdió ni una batalla. En una de ellas, la toma de Orán, una galeota pitiusa jugó un papel fundamental.

Tuerto, con un brazo inútil y con una pata de palo, Blas de Lezo y Olavarrieta (Pasajes, 1687-Cartagena de Indias, 1741) era el terror de los mares. Una bala de cañón le arrancó la pierna izquierda en plena refriega frente a la costa malagueña: tenía 17 años, pero como ni se inmutó y al parecer siguió repartiendo estopa a diestro y siniestro, aquel guardamarina fue ascendido a alférez de navío. Luego perdió el ojo izquierdo en Tolón y años más tarde, durante el sitio de Barcelona de 1714, un balazo de mosquete le dejó inútil el brazo derecho. Pero ni por esas se arredró aquel corajudo, que parecía un eccehomo tras cada batalla. Aunque decenas de costuras mantenían (a duras penas) de una pieza lo que quedaba de su cuerpo, nada quebraba el espíritu de ´Mediohombre´, como le
apodaban. El marino, uno de los mejores estrategas de la Armada española, el héroe del Caribe que humilló a la flota inglesa que intentó tomar a las bravas Cartagena de Indias y cuya leyenda comienza a recuperarse desde hace unos años tanto en forma de libros como de estatuas, también se codeó (al menos con el codo izquierdo) con corsarios ibicencos, los embarcados en una galeota y cuatro jabeques pitiusos que junto a él tomaron Orán en 1732.
Pere Vilàs Gil da cuenta en el libro ´Història d´un corsari: Jaume Planells Ferrer´ de la colaboración pitiusa en aquella incursión en la costa mora, en la que participó una formidable flota compuesta por una docena de navíos, dos fragatas, dos bombardas, siete galeras, cuatro bergantines valencianos, las cinco embarcaciones ibicencas, 30 buques menores y medio millar de mercantes que transportaban al ejército de desembarco, este al mando de José Carrillo de Albornoz, duque de Montemar. Blas de Lezo, ya curtido (y cosido) en mil batallas y a bordo del ´Santiago´, era entonces segundo jefe de la escuadra, comandada por Francisco Cornejo. El objetivo era recuperar Orán, perdida 24 años antes, una afrenta que Felipe V no estaba dispuesto a dejar pasar por alto por más que «no era, ciertamente, un objetivo militar de primer orden», señala Vilàs. No obstante, para el historiador y académico Agustín Ramón Rodríguez González, esa plaza y puerto «eran vitales para controlar la plaga de corsarios que asolaba el comercio marítimo, pesca y hasta poblaciones costeras».
De espionaje en Orán
Avezado corsario acostumbrado a vérselas con los jenízaros en las costas berberiscas, a Jaume Planells le encomendaron una peligrosa tarea de espionaje previa al desembarco: en plan comando, el ibicenco tenía que infiltrarse en territorio enemigo para averiguar cómo eran las defensas de Orán. Planells acababa de recibir la ´San Fernando´, una galeota recién construida (bajo su supervisión) en Mallorca por encargo de la Real Armada: «La galeota era un navío de guerra, generalmente de un solo palo, aunque podía tener dos; disponía de vela latina y también se ayudaba de remos (de 17 a 20 a cada lado) en caso de hacer poco viento», detalla Vilàs. En caso de temporal, no era el mejor barco para navegar. Pero si había calma chicha, era de lo mejorcito para maniobrar gracias a sus remos.
Parte del dinero para aquella empresa lo obtuvo Blas de Lezo con un reloj en la mano (la izquierda, claro), según el historiador Agustín Ramón Rodríguez González: se plantó frente a Génova con seis navíos y exigió que entregaran los dos millones de pesos que debían a la hacienda española. Como aviso a los remolones, mostró un reloj y estableció un plazo, acabado el cual la escuadra bombardearía la ciudad sin contemplaciones. El dinero, ni qué decir, fue entregado ipso facto y remitido a Alicante para sufragar los gastos de la expedición a Orán en ciernes.
En misión secreta, la ´San Fernando´ partió de Cádiz el 30 de abril de 1732 y después de tres días de navegación alcanzó Orán de noche: «Antes de que se hiciera de día, bajaron a tierra con una lancha. Fondeado, encontraron un llondro (embarcación latina a remo y vela) con 17 moros, que tomaron prisioneros y condujeron a la galeota, primero, y a Alicante después», según Vilàs. Allí fueron interrogados. Mejor no imaginar cómo, ya que aportaron toda la información que se les pidió «sobre la defensa, los suministros y todo lo necesario para preparar la invasión». El siguiente paso era tomar a cañonazo limpio (los navíos tenían de 50 a 80 cañones cada uno) la plaza. La flota de Cornejo y Blas de Lezo, apunta Vilàs, tenía la misión de favorecer el desembarco de un ejército de 31 batallones de infantería, uno de artillería, 24 escuadrones de caballería y fuerzas auxiliares. En total, unos 28.000 hombres, casi nada.
Desembarco en Mers-el-Kebir
En aquella flota que puso rumbo a Orán había ocho jabeques, cuatro mallorquines y cuatro ibicencos, además de la galeota pitiusa de Jaume Planells, que ejercía de oficial de la Armada en ese navío propiedad del rey Felipe V: «Al mando de uno de los jabeques ibicencos iba el patrón Antoni Cabanilles, con Pere Juan Serra como segundo patrón», detalla Pere Vilàs.
La expedición partió el 15 de junio, pero los vientos contrarios la obligaron a permanecer frente al cabo de Palos hasta el día 24, cuando prosiguió la travesía. Un día más tarde se plantaron frente a Orán y fondearon en Mers-el-Kebir, al oeste de la ciudad: «No sabemos nada de la actuación de la ´San Fernando´, pero las crónicas de aquel día señalan que las galeotas se dedicaron a remolcar los pontones de desembarco», apunta el historiador, que añade que seguramente ayudaron en las tareas de desembarco de «la caballería y de la artillería de campaña».
La campaña fue un éxito: el 1 de julio ya habían caído Mers-el-Kebir y Orán... aunque por poco tiempo. La plaza fue luego sitiada y bloqueada por tropas y naves musulmanas, por lo que Blas de Lezo, que había regresado a Cádiz, partió de allí con dos navíos, el ´Princesa´ y el ´Real Familia´, para romper el cerco, aprovisionar y socorrer a los sitiados y dispersar a las naves enemigas. Y no quedó ahí. Incluso aniquiló la nave capitana de Argel, a pesar de sus 60 cañones y aunque se refugió en la ensenada de Mostaganem (al este de Orán), defendida por dos castillos desde los que le disparaban sin cesar. Tullido pero cabezota, patrulló durante 50 días esas aguas ante el temor de la llegada de una gran flota otomana, hasta que las enfermedades (él mismo enfermó) les obligaron a regresar a España. Su épica campaña (en la que parece que no perdió más extremidades) fue recompensada por Felipe V, que le ascendió a teniente general de la Armada.

Diario de Ibiza
30 nov 2014